La vida era rutinaria. Lo mismo de todos los días.
Levantarse por las mañanas y esperar el alba. Luego descubrir que nada había
amanecido. Todo era la continuación de los pasados días, semanas, meses y años,
sin contar las décadas y siglos. La esperanza era cada vez mas sombría. Las
antiguas promesas parecían cuentos de viejas. La tentación a abandonar toda
esta aspiración y abrazar lo temporal producía un sentido de culpa. ¡No! No
podía ser. La conciencia ya tenía una forma. La voluntad era prisionera de la
conciencia. Platón, Aristóteles, Zeno…todos los filósofos griegos y latinos no
podían cambiar la sensación de desesperanza. Si entregaba el cuerpo a los
placeres la conciencia le advertía las consecuencias. Si buscaba controlar por
la fuerza de la voluntad los sentimientos y reprimiera los mismos para no vivir
a la merced de estos, la conciencia le recordaba el famoso que cometió suicidio. No
había escapatoria. La razón no podía ser asesinada. Moisés era tan obvio que no
era concebible que el Creador no diera la cara en algún momento. Ciertamente
momentos muy oscuros se habían perpetuado en la memoria de Israel evidenciada
en las escrituras sagradas. Sin embargo, una cosa es leerlas o mas bien
escucharlas leerse reposo tras reposo, y otra estar consciente de hoy. Hoy se
siente. Ayer paso. Hoy es difícil, doloroso, penumbroso. Hasta que apareció un
galileo. Uno de Nazaret. De las aguas del Jordán llego a las aldeas. Y allí
nunca se había visto tales cosas. Su doctrina es con autoridad. Todos los rabinos
mas destacados de la religión quedaron ocultados detrás de esta figura. Y su
figura solo apuntaba al Dios de Israel.
The affirmation of one’s essential being in spite of desires and anxieties creates joy. "...though you have not seen Him, you love Him, and though you do not see Him now, but believe in Him, you greatly rejoice with joy inexpressible and full of glory." (1 Peter 1:8 NASB).
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